Leonardo da Vinci es indudable que fue gran genio y artista
pero pocas personas conocen su faceta de cocinero y su afición por la
gastronomía. Fue jefe de cocina de la taberna florentina “Los Tres Caracoles” y
aunque no consiguió imponer sus teorías renovadoras e ingeniosas, mereció el
cargo de maestro de festejos y banquetes en el palacio de Ludovico Sforza, “El
Moro”, dueño y señor de Milán.
Así en 1490, Leonardo se hace cargo de la celebración de la
boda del sobrino de Ludovico. Los contrayentes eran el Duque Gian Galeazzo e
Isabel de Aragón. El lugar de la celebración fue el patio del palacio.
A Leonardo no se le ocurrió otra idea mejor que transformar
ese patio en una enorme selva del país de las hadas. Disfrazó a muchos
servidores de bestias salvajes y a otros de aves que sobrevolaban cogidos por
hilos invisibles sobre los comensales. ¿Alguien se cayó sobre ellos?. De eso no
se sabe nada pero algunos de esos atuendos divertidos y espectaculares se
encuentran en la
Colección Real de Windsor y por supuesto, la fiesta fue un
gran éxito. Es a partir de ahí cuando comienza su desgracia.
Dos años más tarde, en 1492, se le encomienda la
organización y celebración de la boda del poderoso Ludovico con Beatrice
d’Este.
La nueva idea de esta mente maravillosa para llevar a cabo
el trabajo que se le encomiendada, fue hacer la fiesta dentro de una enorme
tarta (ubicada en el patio del palacio) de sesenta metros de longitud hecha de
pasteles, bloques de polenta, y reforzada con nueces y uvas pasas y los
invitados sentados en mesas y sillas de pastel.
Todo parecía muy espectacular pero la falta de previsión
hizo que tal evento fracasara estrepitosamente. No tuvo en cuenta la enorme
atracción que tienen esos manjares para las ratas y aves. La noche anterior al
festejo se produjo una batalla campal entre hombres y animales hambrientos de
fiesta y dulces.
Al final la fiesta tuvo que celebrarse en una explanada al
aire libre frente al palacio, o sea, en la calle.